Relatos de Qíahn: Qíahn Tactics (XV)

Relatos de Qíahn: Qíahn Tactics (XV)

Capítulo III, entrega 15

Cesa la música. Una delegación de los comerciantes de nubes ha tomado el reservado del ala izquierda, el de la tabla artúrica, lugar que por derecho les pertenece en cada taberna de las ínsulas. Visten de blanco nuclear y, el color de las bufandas que les distingue, indica su importancia en la asociación que promovió el inmortal Jan Vëllem.

Jan, el primero en superar de pie el Cambio, el estudio de la conjetura y de la espera. Vëllem, el agregador ubicuo.

Más allá de cúmulos, estratos y nimbos generados por la computación internáutica, de la nubosidad artificial en cielos infoxicados, de aposentos elecedé; al final, los elevados cirros de los comerciantes empezaron a circular de aquí para allá en aeroplano, en barco, en tren, en mula, a pie. A ras de tierra, dando la cara, con su armonía nívea de aspecto fibroso transmitían deseos, proyectos y anhelos del individuo, en beneficio de la colectividad. Dieron la mano al ser humano, su tiempo y un poquito de humanidad frente a esa tecnología que, antes de dejar de funcionar, falseó la realidad. Sentido común, el mismo que propició que consolidaran su monopolio de últimas voluntades, en vida, conservando un sano equilibrio entre competencia y cooperación. Quizás esta sea la razón por la que, de su idiolecto, mantienen el arcaísmo de emplear un mayestático yo plural.

En el ángulo sito a las diez y diez de nuestro rastreador meditabundo, son de sobra célebres los que portan la bufanda añil de seda. Auténticos activistas con sentido del humor que mercadean personalmente con el presente ofreciendo, mediante su servicio de nubes, preservar la identidad del cliente preferente en cartas cifradas, caudales y memoriales. Dejar huella.

Ningún ciudadano recela de su honestidad porque todos son clientes de primer orden. De sus métodos nadie quiere saber nada.

En las ocasiones en las que coincidía con ellos, el divago tuvo la impresión de haberles estado hablando de tonterías y que, por condescendencia, los comerciantes no iban a decírselo a nadie; a esto le daba vueltas en el mismo punto en que el más espigado y enjuto le guiñó un ojo, plantándosele delante en un suspiro.

— ¡Salud! Venimos a Ínsula Dos en son de negocio, si no, por ocio — se presentó.

— Hola, hola, mercaderes. Disculpad, pero sois poco precisos.

— ¿Qué nos dices?, ¿mercadería e imprecisión? Cuéntanos — le alentó.

— De vuestro saludo deduzco que, bueno, sabemos que la doble negación latina significa lo mismo que una afirmación. El sustantivo negocio es respecto a ocio un antónimo complementario, sino recíproco, y es evidente que para gozar del ocio tienes que haberte dedicado al no ocio. En esto consiste lo que transmitimos al saludarnos formalmente por aquí. Y, por añadidura, ocio rima con equinoccio, nombre que señalaba el tiempo del planeta en que la duración de los días era similar a la de sus noches; si bien este término podría connotar, en un registro familiar, en épocas remotas…

— Óptima lección de semántica, y sin mencionar el Gran Canal — adujo.

— Desde tiempos inmemoriales, en los saludos, nos damos una bienaventuranza más que una bienvenida. Y como ustedes visten con túnicas y togas inmaculadas, pensé…

—… Y con bufandas de seda — le toca el cuello, la cadena.

— Sí, de acuerdo, y con bufandas multicolores. Eh, y quiero añadir que vosotros utilizáis unas prendas de vestir propias de letrados y magistrados de la ciudad eterna, en tiempos de la república, ¿entendéis? No sé por qué, pero he creído oportuno decíroslo.

— ¡Diálogo de besugos!, ¿sabemos qué es un besugo, divago? No le digas a nadie — le aprieta un moflete— que eres un… semiótico incorregible.

Y tal y como se presentó, en un descuido, el tipo volvió a su reservado. El joven confirmó su impresión acerca de que los comerciantes de nubes pensaban que él era un pelín cretino.

Continuará