Relatos de Qíahn: Qíahn Tactics (XIV)
Capítulo III, entrega 14
La banda se toma un respiro. A petición de la cantante, que se desmelenó al segundo tema, alguien les lleva una bandeja con cuatro golpazos de esmeralda. Los músicos brindan de cara a su público por el duodécimo pelotón y cambian su rol en el grupo para la siguiente canción. Intercambiarse instrumentos es de virtuosos. El minero les devuelve el guiño levantando su pinta y dejándola medio vacía, o medio llena, antes de proseguir con la verdadera historia del subhielo.
— Una unidad estaba trabajando a destajo para localizar el aisladero instalado en el nivel freático. Los bravos abrían la vía y cantaban:
La cucaracha, la cucaracha
ya no puede caminar
porque no bebe
porque le falta
esmeralda que tomar.
Y mientras tanto iban amontonando sacos de tierra, retirando bloques de piedra y excavando, perforando las entrañas de la Tierra hasta dar con la siguiente capa.
El minero le da al destilado y, antes de continuar, vuelve a beber porque imagina que el divago le interrumpirá, pero el joven no abre la boca.
— El deán lidera erguido la prospección, como un hombre, con la lámpara de campanillas en una mano y su piqueta en la izquierda. Le siguen sus nueve leales en tres líneas: la vanguardia y la retaguardia, entre agachados y arrastrados, con barrigas y frentes manchadas de tierra; y la reserva, quienes sirven de escuderos y acarrean herramientas y provisiones a lomos de una tríada de cucas de montería. Según ellos, Davinç se inspiró en la formación de una unidad de nanos para disponer esas fichas medievales en las dos escuadras que se enfrentan sobre un tablero de ahntics, ese juego de mesa que me comentaste.
Y, hablando de nanos, entre dos de ellos pasean ebrio y renqueante a su querido deán, el esforzado que informó de la fractura longitudinal en el subhielo. El tercero de su línea de reserva, le lleva el casco porque Roc está exhausto. Esta es una escena frecuente que a nadie sorprende, pues el bizarro es digno de descansar y, además, la música alienta a pensar en otras cosas.
La cantante pelirroja está aullando, de rodillas y en clave de punk, y el lalalá que hacía sonar la bandurria le arranca acordes chirriantes a una vihuela rítmica. El de la dulzaina aporrea el cajón, el percusionista da palmas y estornuda con la cortina de minifalda y las castañuelas en una oreja. Verles actuar es un privilegio. Ejecutan la catártica puesta en escena de una expresión que va más allá de lo estrictamente musical. Es virtuosismo del fondo de la Tierra.
En vista de que el boquiabierto divago no dice nada, el minero avanza en su narración.
— Cuando estaban a punto de destapar el aisladero con la bolsa de agua, un davinç de comunidad pasaba por allí. Andaba silbando por un tramo en obras de aquella galería secundaria, probablemente en busca de su cultivo privado de boletus, y saldría tan airoso de esta aventura que vendría a ser laureado como recuperador máximo de nuestra historia contemporánea — un sorbo —. En la rueda de prensa, Davinç comentó que había buscado la mejor opción al venirse abajo la pared que sellaba el depósito por la presión del agua depositada, y declaró que la susodicha le salió de perlas: someter el líquido elemento a tantos grados bajo cero nos sorprendió, a mí el primero. La idea del gelidor me vino a la cabeza de manera natural, añadió.
— Ya está, ¿en serio, minero?
— Bueno, eso y la intervención de la magia de Qíahn, por supuesto — se arrecia un trago —. ¡Menuda chorrada el asunto del gelidor! Lo que no sé es por qué Davinç no le llamó glaciador, como yo le sugerí — ríe a gusto.
El divago no sabe qué pensar, el minero vuelve al tema.
— Tú sabes mejor que nadie, chico, que toda acción provoca una reacción que genera nuevas realidades, que connota, como dirías. Cuando un objeto es descubierto, se abre una posibilidad; si un milagro aparece cuando se necesita, se destapa la probabilidad. En el fondo, la evidencia del subhielo revela que hubo un mundo, hasta ese momento desconocido, que debió existir y que igual aún existe — le susurra —, ¿no es así?
— Anáfora y catáfora. Eh, puro empirismo lingüíst…
— ¡Escúchame! El mundo del que te hablo, en el que igual te adentrarás, Qíahn, es distinto al tuyo. Ahora puedes escoger, quizás en otra circunstancia solo te quede conformarte y aceptar. Lo que tienes que entender es que la vida no mira hacia atrás, pero tú ya lo sabes: “Nada es nunca lo que parece y, si fuera o fuese, no serviría dos veces” — se apega a él —, eso dijiste que aprendiste de tu madre.
El joven acaricia su pequeña lupa, la que cuelga de la cadena de su cuello, la que ella le regaló antes de desaparecer.
Mamá es buena, cariñosa. Al caer la cuarta fracción, cada noche, para hacerme conciliar el sueño, me rasca la espalda contándome fábulas protagonizadas por gatos con botas y ratitas presumidas, hechiceras y duendes, canes de básquervil, burros flautistas, simios espabilados y un elenco de mamíferos extintos de cuyo nombre no me acuerdo; evocó, enmudecido.
— ¡Divagas en exceso! Voy a ver qué tal descansa Roc — le espetó.
Continuará