Relatos de Qíahn: Qíahn Tactics (IX)
Capítulo II, entrega 9
Partículas de metal o mineral, y otras disgregadas de las rocas silíceas, van depositándose en la montañita cuyo tamaño aumenta conforme cuenta el tiempo el reloj de arena. El divago entorna los ojos y ladea la cabeza para conseguir una perspectiva oblicua de La Caverna. Le da vueltas a la palabra magia, aquello que no se percibe a simple vista. Endereza el cuello y otea.
A las seis y cuarenta un adiestrador de cucas bebe destilado esmeralda y ellas, las cucarachas de compañía, asoman de vez en cuando por el bolsillo derecho de su chaqueta hasta que este se lleva la mano adentro y le trepan por los dedos. A las ocho menos diez, el tipo de la perilla, es un mentalista que te induciría, al menor desliz de tu mente, a invitarle a un trago tras otro que, naturalmente, abonarías tan campante a la camarera. Ese tipo anticipa acciones futuras y las redirige a su favor: magia o método… ¿Y Qíahn?
El chico busca esa otra realidad en su cabeza mientras relee. Rastrea cuartillas, con lupa y sin lupa. Lo hace desde hace una semana. Casi siete días, veintiséis fracciones visitando la taberna con la esperanza de volverse a topar con el minero.
¿Y Almah?, ¿dónde está Almah?
Esta mañana ha descifrado un fragmento escrito por una mano diferente. La caligrafía no coincide con la de las otras páginas, tampoco las personas del verbo. La tinta es casi invisible:
Lleva muriéndose dos siglos largos. Olvida la [regulación] geofisiológica que convirtió en excepcional la evolución en el tercer planeta a partir del Sol, estrella de vida cuya presencia sigue ahí afuera acercándose, comprimiéndose [¿todavía?]. Esa realidad que fue, agoniza. Nada de abundancia de agua ni de temperaturas benévolas en un mundo azul. Nada de biodiversidad, salvo en el caso de los blatodeos [mesófilos estrictos] que mutaron demostrando su resistencia extrema. [Tampoco una atmósfera rica en oxígeno, débil en dióxido de carbono.]
Décadas de fatigas, desencanto, y más tarde de esperanza. El acervo de la especie humana supo adaptarse a que el año tuviera una única estación. Sobrevivieron tres de cada cien y [, entre la corteza y el manto,] consiguieron ingeniárselas para levantar un número singular de cúpulas [ligeramente] geodésicas que preservarían [algo de] flora y fauna al borde de la extinción…
E inmensas superficies [subterráneas] cubiertas por estratos de áridos, neoacero y cristalcrilato, grafeno y más tierra y piedra [y conductos, muchísimos tubos], para el florecimiento de unas cuantas ínsulas: ciudades araña interconectadas, en ocasiones, mediante [los comerciantes de nubes y] una vasta red de comunicación que se bifurca [y abre paso] como las raíces de la humanidad.
Con su presencia, Almah interrumpe la lectura.
— ¿Qué tal, divago?, ¿aún buscas al minero libre? — le provoca —. Pasó por aquí, de tránsito hacia la Cinco, la ínsula emergente en la que más se le echa de menos. Me comentó que tal vez mañana le iría bien encontrarse contigo, antes del acto de inauguración del Gran Canal.
— Pero si hoy es… ¿Cuándo le viste?
— Ayer, ayer — bromea —. Ahí lo tienes, acaba de entrar.
El divago sonríe, la camarera le devuelve la sonrisa mientras se dirige a la barra.
— Voy a por vuestro par de jarras.
Continuará