Relatos de Qíahn: Qíahn Tactics (XVI)
Capítulo III, entrega 16
De regreso al destilado y al desenlace de la historia de Tárkelor, el minero se cruzó con el comerciante alto y flaco. Los dos arquearon las cejas en señal de respeto como de asombro, y el tipo talludo movió el dedo índice dos veces repasando un círculo en el aire. Entonces él comprendió que la reunión con ellos, y con el ínclito Davinç, tendría lugar dentro de un par de fracciones.
— Vuelvo sano y salvo — respira hondo —. Allá voy, tú escucha — bebe.
El narrador aguarda a que empiece a sonar la música, otra vez.
— Tárkelor conoce aspectos inauditos del Dragón Dorado, tantos que parece haberle tratado en persona. Como si hubiesen sido compañeros en otro tiempo, relata las brutales lides contra los cazaexhalantes que se atrevieron a desafiarle y — sonríe — de su preocupación por el devenir de la humanidad. Los mejores relatos son los que menos detalla, aquellos en los que deja caer que el Dragón Dorado ayuda a los peores enemigos de Qíahn: exhalantes.
— ¿Exhalantes?, ¿seres que despiden vapores y lanzan suspiros? ¡Ah, claro!, ¿te refieres a las presas favoritas de los paladines cazaexhalantes? — recuerda.
— Aproximadamente. En cualquier caso, víctimas; pues los exhalantes son humanos. Se trata de personas capaces de sintonizar naturalmente con la magia del espíritu, la magia prohibida. Tárkelor, según se cuenta, afirma que les ayuda a formarse en el arte de la guerra con el fin de liderarlos, un día, al frente de un ejército notable y capaz de derrotar a los dioses del planeta con forma de moneda.
— Increíble, ¿aún hay más?
— Mucho más. Si le caes bien a Tárkelor, pero que muy bien, y le invitas a unas pintas, tal vez pueda darse el caso de que te cuente la más apasionante de las leyendas: la batalla contra los cinco dioses. Todo, realidad incluida, estuvo al filo de desaparecer. Yo sé qué ocurrió, pero ya he hablado demasiado. Se hace tarde, me esperan en el gran bazar.
— Vale, lo comprendo. Final de la cita. Comprendo — trata de enredar —. Escuchar está bien porque conoces a personas y, fíjate, tú que les frecuentas, eh… Me gustaría saber por qué los nanos no utilizan para jugar al puño rocas de cuarzo.
— Buen intento, pero no. No se trata de eso — vehemente —. No quisiera atraer la atención de los dioses sobre nosotros, ni la ira del Dragón Dorado. Aunque distamos a muchos años luz, nunca se sabe con seres tan especiales — se incorpora —. Porque sí, amigo, yo he estado allí y te aseguro que es menos hostil que el yermo en que hemos convertido el planeta Tierra.
Rumor de palabras, cercanas y lejanas, que recorre trazos y colores primarios en los motivos pictóricos esparcidos por los muros recién ornamentados del pabellón.
Continuará