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Relatos de Qíahn: Qíahn Tactics (X)

Relatos de Qíahn: Qíahn Tactics (X)

Capítulo II, entrega 10

El minero ascendía silbando el tramo de escalones que lleva al guardarropa de La Caverna. Cuando se acercó al mostrador, ya sabía qué iba a comentarle acerca del capote la señora hierática, que quedaría planchadísimo, así como del resto del proceso de higienización, que es necesario. Si no hubiese sido por la travesura de Xuan, si no le hubiera quitado el casco el sobrinito pecoso de Almah, ese renacuajo que parece estar en todas partes, la del servicio higienista no le habría dedicado ni un bostezo al minero.

— ¿Por qué le dejas al bambino ponerse tu casco?

— ¡Es que le oigo, me habla bajito! — se adelantó Xuan.

— Porque le queda bien, muy bien — apuntilló él.

Luego le sacó la lengua al pequeño, saludó a los nanos imitando a una cuca de montería y, ni corto ni perezoso, cruzó el rumor de la taberna y se encarriló hacia la mesa del divago.

— Que el solsticio te sea solar y tibio, amigo.

— ¡Y plácido el ocio de tu equinoccio!, minero.

La Caverna es un pabellón abierto al diálogo, discreto, en el que nadie resulta extranjero. Ahora no se escucha música alguna porque pintores y retratistas, venidos desde corredores de las afueras, están decorándola con murales rupestres y necesitan concentrarse, sobre todo en el acto de mezclar los pigmentos. No obstante, una norma tácita que todo el mundo respeta es que si te apetece y lo mereces, sobre todo si te lo has ganado, puedes echarte un cantecito.

Entre minero y divago dista metro y medio, el diámetro de la mesa en la que están a punto de reentablar conversación.

— Igual estás pensando en viajar a Qíahn, sitio bello y difícil — mostrándole la palma de las manos —. Qíahn es aventura.

— Adelante, por favor… — sumiso — Me callo.

— He regresado hasta aquí para alimentar tu esperanza… en Qíahn, sitio que se vocaliza de maravilla con media azumbre de destilado — gesticula —. ¡Dos de rojo, Almah!

Uno comienza a hablar, el otro escucha.

— Qíahn es un planeta único por su forma de moneda. Tiene dos mundos, Cara y Cruz, y el Canto. Además, en su centro está el Orbe. El Orbe es un planetoide que brilla en ambos lados y, si no fuera por su naturaleza mágica, sería similar al núcleo de nuestra devastada Tierra.

Unos brazos femeninos van a dejar la bebida.

— ¡Qué rápida eres, chiquilla!

El minero coge al vuelo la primera jarra y se la lleva a la boca. El divago palidece al cruzarse una miradita con Almah, evita alzar la vista y procura centrarse en la leyenda de Qíahn.

— Cara está iluminada a perpetuidad por un sol y siempre es de día. La noche equivale a un atardecer terrestre. Al otro lado de la moneda, la luz de Cruz proviene del Orbe gracias al reflejo de sus lunas: Norte, Sur, Este y Oeste. Si no fuera por ellas, así como por el fulgor intermitente de sus volcanes en erupción, la oscuridad en Cruz sería total.

El minero agarra con fuerza el asa de la jarra, le echa un trago generoso y apostilla.

— Además, Cara y Cruz están en guerra.

— ¿Luchan unos contra otros?

— Más o menos.

— ¿Acaso no son todos humanos?

— Cruz malvive entre tinieblas y seres deformes, terribles. Convendrás conmigo en que no es el lugar soñado para subsistir y, lógicamente, intentar pasar al otro mundo es más bien un acto de supervivencia que de invasión. En cuanto a Cara, como imaginas, se defiende con fortificaciones inexpugnables que, en particular, protegen el perímetro de los túneles que comunican sendos lados de la moneda: los míticos Agujeros de Gusano. La leyes físicas son caprichosas, letales — pega un sorbo —, y la magia cubre cada acceso a ellos. Estos atajos espaciotemporales son las vías correctas en Qíahn para el tránsito de un mundo al otro del planeta — un trago.

— ¿Y el Canto, Canto, qué pasa con él?

— Caer en Canto o en el Canto, llámalo como prefieras, no resulta un paseo plácido — apura su pinta —. Es el límite de Cara y de Cruz, la intersección. Posee día y noche, pero es caótico e inmisericorde. Está infestado de personajes por civilizar, rebeldes, fuera de la ley, pícaros, piratas, quietistas y el asentamiento más numeroso de dragones en libertad. Sí, oíste bien: dragones libres, ¡y no me interrumpas!

Continuará