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Relatos de Qíahn: Qíahn Tactics (II)

Relatos de Qíahn: Qíahn Tactics (II)

Capítulo I, entrega 2

Los encuentros interinsulares se establecen a partir de la fracción temporal que cuenta el reloj de arena. Es igual en todas las ciudades araña. Un día consta de cuatro fracciones, si bien la vida cotidiana se organiza por el huso horario de la comunidad predominante en cada ramificación. Llama la atención que a la entrada de los túneles alfa cuelguen desvencijados relojes de cuerda pautando la hora del almuerzo en Caracas y Brooklyn, de la siesta en Nápoles, de la cena en Bangkok y, en el extremo de los tentáculos, en los túneles zeta, las manillas marquen la medianoche. A falta de puntos cardinales, brújulas y astrolabios, atender a las horas con sus minutos sirve para orientarse en el espacio del subsuelo más que en el tiempo.

Aunque las marcas temporales tampoco parecen ordenar la vida social de las tabernas y, a pesar del fabuloso reloj de arena que las preside, la que está alcanzando el minero no es la excepción. Conocida por el nombre de La Caverna, es un espacio amplísimo excavado al estilo de un hangar de las modernas aeronaves del siglo veintiuno, que sin embargo podría haber servido de refugio a los primeros antepasados de la humanidad. Lugar restaurado a martillo, pico y pala; horadado allá donde milenios atrás fluía copiosa el agua de una cuenca hidrológica, desempeña la función de punto de encuentro para quien visita Ínsula Dos.

Citarse en un ambiente cómodo y discreto suele ser lo habitual. Nadie, en absoluto, ignora que en las tabernas el intercambio de palabras transcurre sin contratiempos. Todo conciudadano sabe que el tiempo apremia entre la tercera y cuarta fracción de trabajo en el decurso de nuestros días claroscuros que conservan, con nostalgia y en contra de la ausencia de luz solar amable, las veinticuatro horas de sesenta minutos.

En La Caverna hay un vaivén incesante de personas, intercambio de experiencias, barriles de destilado, algo de comer, un par de reservados con el cartel de “No sentarse” y la advertencia de “Cuidado con la cabeza”, y eso que el techo del pabellón queda bastante alto. La música flota y acompaña a la palabra y, sobre las mesas circulares, da pie a la intimidad. Cada cual va a su aire; pero mantener la compostura es indispensable, si pretendes volver. Nadie levanta la voz ni gesticula en exceso, salvo si se ordena de beber, de picar; si estás jugando o bien si eres minero, médico sinérgico, davinç de comunidad o perteneces a una unidad de nanos. Si lo mereces.

Continuará