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Relatos de Qíahn: Qíahn Tactics (XVIII)

Relatos de Qíahn: Qíahn Tactics (XVIII)

Capítulo III, entrega 18 y última

La señora impasible le devolvió, rauda y sin mediar palabra, la capa corta con mangas y la vestimenta antirradiactiva para que regresase adonde le placiera. Se probó las prendas en un abrir y cerrar de puños, y luego se enfundó su capote pardo recién planchado, que le estaba perfecto.

El divago observaba cómo Xuan subía y bajaba los escalones del guardarropa, revoloteando alrededor del minero, y cómo él ponía cara de circunstancia. En esas, Almah reapareció con la bandeja. La dejó sobre la mesa, puso encima la jarra vacía y, al llevarse la otra, rozó con su mano la del rastreador absorto. Nada de nada, y a la joven se le ocurrió llamar la atención del lector estirándole de la cadena.

— Con la lupa se curiosea mejor, ¿a ver?

Almah estiró aún más la cadena, de manera que al chaval no le quedó otra que dejarse llevar porque estaba a merced de ella, de su olor limpio, de su piel suave y arcillosa, de la fuerza con la que le tiraba de la lupa… hasta que casi se dan un coco, o un beso.

Frente al guardarropa, a unas zancadas, Xuan se resistía a devolver el casco. Como la señora del servicio higienista se había ausentado porque estaba cocinando una suerte de pasta italiana, que es lo que hierve en el cuartillo trastero al tocar el relevo, el minero le hizo media reverencia invitándole a cruzar el umbral del ropero antirradiación.

— Entra y ¡devuélvemelo, lagartija!

El niño desconoce qué quiere decir la palabra lagartija. Se imagina a la cría de una de las bestias horripilantes de ahntics y eso le gusta. Abre la boca emitiendo un bramido huracanado.

El hombre aprovecha para recogerse el pelo largo y cano, y cubre su cabeza.

— Anda, ¡préstame tu lámpara!

El niño le obedece. El minero, en un ademán simpático, se arremanga y le enseña los pliegues del capote doble. A continuación, por arte de birlibirloque, de uno de sus bolsillos ocultos extrae una bolsa de tela que emite luz.

— Mete la mano, sin mirar, y a ver cuántas atrapas.

Xuan le hace caso a medias. Se asoma al saquito y, de pronto, se le alumbra la cara pecosa y redonda de entusiasmo, y también debido a la luminiscencia de esas campanillas con dos antenas tan alargadas y bonitas que no parecen de cuca. Coge un puñado de lucecitas, abre la jaula y las introduce en el lugar de las otras, que libera. No se lo puede creer. Abraza con fuerza las piernas del minero y sale disparado del ropero, agitando su nueva lámpara.

Cuando el divago tropezó con Xuan, no pudo evitar sentir curiosidad por los bichos de luz que el sobrino de Almah, junto al juego de mesa, llevaba de aquí para allá. La bioluminiscencia que desprendían, así como su gracia al carecer de un cuerpo aplanado, les hacía mejores que la blatodea mutante o cucaracha común. El espectro de luz de la lámpara era notablemente mayor, lo que le permitió seguir el rastro de unas marcas, inadvertidas a simple vista, que percibió en la caja de ahntics. Parecían signos grabados en la madera y, por qué no, podrían incluso formar parte del nombre del juego. Metió la lupa entre sus pupilas dilatadas y la inapreciable presión ejercida sobre los listones, el rastro de unas letras cuya superficie había borrado el tiempo. Leyó Qí, y debajo tac: dos sílabas.

Pero eso sería más adelante, deambulando por los pasadizos de un laberinto recién pintado de verde rocío como la hierba fresca de la antigua primavera. Lo dedujo mientras venía de la cúpula insectario de Ínsula Dos, a la que había ido para estudiar lo de las luciérnagas extintas de Xuan, y de camino al encuentro con Almah en su segunda cita que, como la anterior, concertó ella.

En efecto, él estuvo en Qíahn. Y lo que en este instante ocurría era que su hombre iba a desaparecer primero de La Caverna y, después de cumplir con un par de compromisos y con una merecida siesta, por algún zigzagueante túnel olvidado.

Eso fue a las doce en punto del reloj, que entonces giró ciento ochenta grados invirtiendo la arena del promontorio para contar la fracción, la vida, de nuevo.

Fin del capítulo 3 de 3
y fin de este relato de ficción prospectiva escrito a cuatro manos entre
Javier Ordax, de Qíahn, y Eduín Peris, del tercer planeta.